jueves, 3 de septiembre de 2009

Nosotros los suicidas.

Todos los suicidas somos unos cobardes

tan solo que algunos lo somos más que otros.

Los suicidas más valientes solemos darnos

un solo tiro en la cabeza,

los menos valientes tan solo solemos

irnos arrancando los segundos de a pedacitos,

como cada vez que nos fumamos un cigarrito

o como cuando nos comemos ese desequilibrado platillo.

Existimos también los suicidas más perezosos

que solemos echarnos a esperar la muerte,

sentados en un sillón enfrente de un televisor;

y sucede, la muerte llega a alcanzarnos, pero de a poco.

Primero morimos cerebralmente y luego nos quedamos ciego

y cuando perdemos la audición y el habla

terminamos sin vida en frente de nuestro programa favorito.

También estamos los suicidas escapistas

que nos la pasamos metidos en el trabajo,

solemos morir secos y marchitos como arrugadas pasas.

Estamos también los suicidas inconcientes

que nos gusta morir a 180 km/h

sin pensar siquiera que nuestro suicidio

puede convertirse en un asesinato múltiple.

Y no olvidemos mencionarnos, los suicidas más ilusos,

que vamos muriendo con dosis

cada vez mayores

de utópicas sustancias psicotrópicas.















Todos los suicidas somos unos cobardes,

la culpa suele ahogarnos

como mares inmensos sobre nuestras cabezas,

le tememos al contacto con aquella rugosa superficie

que solemos llamarla realidad,

escapamos siempre a ningún lugar

cuando siempre estamos realmente escapando

de nosotros mismos, aunque no queramos reconocerlo,

la vergüenza nos baña de pies a cabeza

como negro petróleo cubriendo nuestros cuerpos
pero al final ¿Cuánto puede saber un vivo sobre el suicidio,

si todos los suicidas se han llevado

el máximo secreto del tema a sus tumbas?