jueves, 27 de diciembre de 2007

Tres cuentos de esclavitud y muerte

Aqui comienzo publicando el primer cuento de una serie de 3, esperando que sea de su agrado y de su desagrado tambien jejjejeej. cuando termine los tres cuentos acomodare todo para que la entrada quede en forma definitiva(y arregladita jejejejej) bueno sin mas preanbulo aquilescuento:




Besos humeantes de un gris fantasma




José sacó de su bolsillo la caja de cigarrillos que había comprado algunas horas atrás; ya era alrededor de la media noche y prendió un cigarro
teniendo en su mente la preocupación de que tan solo le quedaban dos más. Después del segundo jalón, se puso a pensar en María, ya no su dulce María, asomado en el balcón de la casa donde vivía. Tanta soledad en la alcoba donde con regularidad solía encontrarse con su amada para hacer de los segundos momentos infinitos, lo hacía desesperar hasta el punto de pasar noches enteras sin dormir, como en efecto le sucedía particularmente en esa vigilia en la que se encontraba. Al prender el penúltimo cigarrillo empezó a extremarse su agonía porque cada vez que aspiraba el gris humo de la combustión, se acordaba de sus besos, de cada uno ellos, y no podía terminar de creer que ella ya no estuviera a su lado, se le partía el alma en mil pedazos cada vez que sus recuerdos se hacían tan vívidos que podía hasta llegar a sentir como María lo acariciaba con sus pequeñas manos de linda muñequita y entonces fue, cuando dio muerte a su humeante cilindro y tiró con la fuerza de la rabia sus restos hacia la calle, que entró en llanto, uno de lagrimas entrecortadas por la tristeza y la frustración. Después de un breve pero intenso periodo de lagrimeos y moqueos abrió su cajetilla y pensó que sería incapaz de continuar la noche con el ultimo cigarro que le quedaba así que, a pesar del peligro que podía representar salir a caminar a esas horas de la madrugada, tomo el dinero justo que tenía para comprar su próximo cartucho lleno de vicio y se armo de valor para ir caminando lo mas rápido posible a aquel lugar que se encontraba aproximadamente a tres cuadras de su casa y donde se podía comprar clandestinamente a través de una pequeña ventanita, una variedad de artículos espirituosos, también muchas bolsas que sirven muy bien de tentempiés en las horas donde todo se vuelve borroso y, justamente, lo que él con tanta ansiedad deseaba, cilindros humeantes. Al terminar de trancar la puerta de su casa desde el lado de afuera, tomó su último cigarro y lo encendió. Al exhalar el humo de la primera bocanada, se dijo para si mismo que estaría bien, que él conocía a todos los malandros de la zona y que en el peor de los casos, de ser interceptado por alguno de estos, el estaba convencido que podría razonar con ellos y hacerles entender su situación, como lo había hecho en otras ocasiones, para que no le hicieran nada, y una vez convencido de sus propios argumentos, emprendió con paso acelerado la marcha. Cuando ya iba cruzando la segunda esquina, de entre las sombras, improvistamente una figura se le abalanzo interceptándole el camino. José sintió un pánico tremendo, pero cuando pudo notar que se trataba del Señor Martillo, un mendigo conocido por todos con ese sobrenombre, se sintió seguro. Este empezó a balbucearle algunas frases que carecían de sentido, José trato de dejarlo atrás aplicando la técnica de llevar la corriente asistiendo con la cabeza mientras se va dejando atrás al sujeto, pero el Señor Martillo empezó a alterarse más y más y de nuevo el miedo empezó a invadir a José, así que apresuro en cruzar la esquina para recorrer la cuadra que le faltaba y tratar de llegar a su destino, pero cuando llegó unos pasos más allá del otro lado de la calle, cayó sintiendo que todo se ponía lento progresivamente, mientras que la cabeza le sangraba por detrás. El Señor Martillo, se había trastornado esa noche demasiado, por el exceso o la falta de alcohol en su torrente sanguíneo, la verdad, ni él lo supo a ciencia cierta, porque este mendigo solo gritaba empujado por su alucinación: “¡No podrás picarme con tu dedo del prejuicio! ¡Sucio escorpión! ¡No me morderás con tus venenosos dientes, alimaña inmunda!” Y así, en medio de sus visiones, tomó una piedra laja que estaban entre las sobrantes de las que se usaron para adornar la pared de la casa que estaba justamente en esa esquina donde ambos se encontraban, y con fuerza casi sobrehumana dio un golpe mortal por la nuca a José.

La ironía más grande de la muerte de José es que él tenía razón en su argumento, porque de haberse encontrado con alguno de los malandros de la zona donde vivía, hubiera podido explicarles su mísera situación de despecho y, como con la gran mayoría de estos había jugado de niño, lo hubieran dejado pasar tranquilamente, tal vez ofreciéndole una fumada de sus pipas de piedra o un encuentro prepagado con alguna de sus mujeres pero, para su desgracia, se encontró con el Señor Martillo quien era un loco que esa noche estaba más trastornado de lo que normalmente lo ha estado.

La policía le dio muerte al mendigo, como empresa contratada por el hermano de José y algunos de sus más cercanos allegados, quienes hicieron una vaca para recolectar el dinero necesario para la paga del servicio. En el entierro estuvieron sus padres, sin almas, atónitos por tanto dolor que llevaban por dentro, su hermano que sentía como si fuera a explotar con la fuerza de la bomba de hidrogeno por tanta frustración, impotencia y tristeza que corrían por sus venas en enfermiza mezcla, su mejor amigo quien, mientras fumaba un cigarrillo, pensaba una y otra vez en las tantas veces que se dijeron que el vicio los iba a matar, porque nunca se imaginaron que podía hacerlo en la manera que lo hizo con José, y por supuesto que, escondida en la lejanía de la gente que allí se encontraron, estuvo María, quién presencio sintiendo una culpa que le desgarraba el corazón en hilachas y con una vergüenza que la hacia desear desaparecer de la vista de toda la gente el entierro de José, su ya no dulce José para una vez puesta los últimos granos de arena irse al carro donde se encontraba aquel hombre por el cual había abandonado a José quien, al entrar al vehiculo donde estaba, fue su hombro de apoyo mientras lloro larga y desconsoladamente hasta que se calmó lo suficiente como para encender un cigarrillo.

El mejor amigo de José, en complot con el hermano, se las arreglaron para que las palabras que se escribieron en la lápida pasaran su verdadera intención desapercibida para toda la gente menos para una persona, ya que estas escondieron la verdadera finalidad que fue la de torturar a quien ellos consideraron que era la verdadera culpable de la tragedia, ya que estas representaron la más sádica tortura sicológica para los ojos de María, ya que el Mejor amigo de José, al fin, como buen poeta que era, mando a tallar claramente en la lápida: “Aquí yace el hombre que murió por los humeantes besos de un gris fantasma” “José Hernández” “Enero 1879 – Marzo 2007”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bueno. Refleja en muchos sentidos todas las cosas que pueden suceder cuando se mezclan drogas, alcohol, locura, despecho, delincuencia, dolor, impotencia, melancolía... todo en un cajón hermético y efervescente... Una bomba particular, que al momento de explotar causa lo que la gente en combinación, sabe hacer mejor.. crear caos... y en este caso, llevó a alguién hasta la muerte, pero quizás más que el vicio al cigarro, fue el vicio a María (como lo percibí yo) lo que lo sacó del mundo de los vivos... vicio es vicio...

VK dijo...

Lindo y rudo a la vez, Me gusto mucho mucho, hasta me crei q en realidad paso..